Greco del Cyber

Como ya es habitual, llego al cyber para navegar y encontrar en mi viaje virtual a los lobos y a los perros, mis preferidos habitantes del ciberespacio.
Estoy absorta en la contemplación de la fotografía de un “canis lupus lycaion” cuando una tibieza especial, acompañada de una apenas perceptible respiración, se instala sobre mi rodilla ... A la respiración cálida se le suma un movimiento leve, un roce tan suave como una caricia y siento, ahora sobre mi brazo, la inconfundible humedad de un beso canino ...

Me pregunto si la imagen en el ciberespacio puede tener tanto poder. La sola idea me estremece. Me aferro al mouse y hago un clic enérgico para salir del encantamiento.

Bajo la mirada y lo encuentro. Está ahí, sentado a mi lado mirándome con esa mirada tan especial, propia de su especie, como si quisiera transmitirme su sabiduría milenaria. Parece decirme “estoy aquí, en carne y huesos, y soy heredero de la sangre de esos que tanto admirás en tus viajes cibernéticos ... estoy aquí y te espero para compartir un momento real con vos”.

Miro sus ojos y reconozco la mirada del lobo de la fotografía en la pantalla. El placer de contemplar la imagen virtual se completa con la caricia al cálido manto de mi visitante real. En este momento tengo la certeza de los miles de años de evolución que han transcurrido para las dos especies: los lobos han devenido perros y los humanos viajeros del ciberespacio ... Y, como en la prehistoria del vínculo, ambos seguimos compartiendo la aventura de la vida.

El mensaje que recibo de esta conjunción de lo virtual con lo real, deja una impronta imborrable en mí. Más allá de los inconmensurables avances tecnológicos, el encuentro de la vida latiendo en nosotros supera cualquier maravilla de la técnica.

Alguien lo llama. Su nombre es Greco. Nos despedimos con un abrazo que reafirma aquel pacto ancestral entre nuestras especies. ¡Gracias, Greco!. Gracias por rescatar con tu presencia en el cyber el calor de la vida real.

 



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