Ultraje

El calor del verano comenzaba a hacerse sentir. Vos y yo nos encontrábamos en mi ruta cotidiana. La primera vez que te vi, descansabas a la sombra de la entrada de un bar de dueños indiferentes, orgullosa del tesoro que llevabas en tu panza. Otras veces te encontré caminando lenta y pesada, siempre digna de tu preñez. Te cobijabas y cobijabas del calor tu esperanza a la sombra de cualquier construcción de esta ciudad ruidosa.

Aquella tarde me detuve, te miré a los ojos y te susurré mi afecto. Tenías la mirada serena, tal vez algo cansada de recorrer calles buscando refugio. Pero, detrás de tus bellos ojos caninos, resplandecía la esperanza, esa esperanza tan tuya que nunca te abandonaría.

Algunos días después te encontré refugiada en un rincón del jardín de un edificio de departamentos. Ya no estabas sola. El tesoro que habías llevado en tu panza eran ahora cinco nuevas vidas y te rodeaban demandando toda tu atención. Recordé todas las veces que invoqué a la Madre Naturaleza para que, a pesar de tu situación de desamparo, tu cría pudiera nacer.

Compartí tu felicidad y me sumé a los humanos que te ayudaban acercándote agua y comida. Nos mirabas y tu mirada nos decía un “GRACIAS” inmenso.

El calor sofocaba cada día más y una noche se desató una de esas violentas tormentas de verano. Pensaba en vos y en tus cachorritos. ¿Estarían bajo la lluvia o los habrías trasladado bajo el techo del edificio?... Deseaba fervorosamente que estuvieran a resguardo de las inclemencias del tiempo.
Y así había sido. Al día siguiente te encontré refugiada bajo el techo, amamantando y mimando a tu cría. ¡Qué madraza!. Me contaron que los habías trasladado uno por uno, a pesar de las pocas fuerzas que tenías, hasta ponerlos a salvo.

Habían pasado tres o cuatro días y algunos humanos (¿humanos?) comenzaban a protestar por tu presencia. Para evitar que ejercieran sobre vos y tus cachorritos ese maldito instinto predador que algunos tienen, pedí ayuda a una humana que, según ella misma decía, se ocupaba de casos como el tuyo. Llevarte comida balanceada, sermonear catedrática y erróneamente sobre tu actitud de defensa y dejarte librada a tu suerte fue todo lo que hizo.

Al día siguiente, tus cachorritos ya no estaban. Y vos estabas al borde de tus fuerzas. La desolación de tu mirada me laceró. Arrinconada, aturdida, ultrajada. Estabas paralizada por el desconcierto. Averigüé que la inhumana portera del edificio, aprovechando un instante en el que te alejaste de tu cría, te arrebató a traición los cachorritos y los metió en una caja de cartón que entregó al servicio municipal de recolección de basura. Argumentaban que habías atacado a los humanos sin razón alguna y que eras peligrosa. ¡Ignorantes!.

Vos no atacabas sino que te defendías y defendías a tu cría de sus humanas intenciones predadoras. Ahora querían que desaparecieras vos, hasta llamaron a un jardinero para que borrara tus huellas del lugar que habías elegido para refugiar tu maternidad.

Y lo lograron. El jardín quedó perfecto, como si nunca hubieras estado en él –aunque cuando estabas fuiste tan prudente de no dañar nada-. Borraron tus huellas, saquearon el tesoro que llevaste en tu panza con orgullo y que se había transformado en cinco esperanzas vivas grises y negras.
Vos deambulaste sin descanso durante horas con tu hocico pegado al suelo persiguiendo el rastro de tus cachorritos durante días, rastro que perdías, inevitablemente, al llegar al lugar donde la portera inhumana los había entregado. Arriesgabas tu vida cada vez que cruzabas la calle sin mirar, absorta en tu búsqueda, embargada por la angustia e impulsada por ese instinto maternal tan canino y tan desconocido para muchas hembras humanas.

Y desapareciste.

Te busqué por la ruta compartida y sólo encontré el vacío de tu ausencia.

A vos y a tus cachorritos los borraron, los saquearon, los ultrajaron, los desaparecieron de la misma forma que borran, saquean, ultrajan y desaparecen a los propios congéneres humanos cuando interfieren con sus planes. Pudieron borrar las huellas físicas de ustedes pero jamás podrán borrar la huella que dejaste de tu valentía, tu dignidad, tu humildad, tu compromiso con la Vida.

En nombre de todos los humanos que somos concientes de la hermandad de las especies en nuestra Madre Naturaleza, ¡GRACIAS Y PERDON, PERRA MADRAZA!. A vos y a tus cachorritos.

 



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