Los perros, exploradores y descubridores.


Si bien es cierto que los perros no se sienten atraídos por la oscuridad, el frío y la humedad, más de uno explorando quizás los indicios percibidos por su nariz, ha participado en descubrimientos de grutas y cavernas.

Así, en 1879 fue el perro de un campesino el primero en aventurarse en las cuevas de Altamira y en 1892, otro perro descubrió la gruta de Quéroy.

En 1940 en Périgord, Francia y en plena guerra, el 12 de setiembre cuatro niños y un perro paseaban por el campo. De pronto el perro desapareció por un agujero oculto en la maleza. Los chicos lo llamaron pero no reapareció. Uno de ellos decidió agrandar el agujero y bajó. Cuando llegó al fondo encontró al perro que le hacía fiestas. Los otros chicos se les unieron y uno de ellos encendió un fósforo para ver donde estaban. La luz titilante les ofreció un espectáculo fantasmal: el lugar era una cueva cuyas paredes estaban llenas de manchas rojas y negras que representaban animales. Robot –así se llamaba el perro- había descubierto la cueva de Lascaux, museo natural del arte prehistórico.

En Altamira, Quéroy y Lascaux una vez más los perros fueron protagonistas de acontecimientos que marcaron hitos en la historia de la humanidad. ¿Fue por azar, por causalidad, por olfato?... La respuesta forma parte del enigma canino.

Foto y texto: Graciela Isabel Torrent Bione

 



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