Recordando a Daisy...


Creo que la vida es un devenir de etapas donde compartimos espacios y relaciones que, por el factor mutancia inherente a todo lo vivo, se transforman inexorablemente.

Con la muerte de Daisy –tal vez deba escribir con la “transformación”- se cerró una de esas etapas. Se cerró con su ausencia física. En lo material, palpable, visible, ya no está. Cuando alguien amado desaparece, me queda la sensación de que una parte mía también muere. Ese afecto, ese amor, ya no es posible en lo real y nada ni nadie puede reemplazarlo. Es un golpe duro de la vida aceptar el silencio absoluto con el que se silencian los seres amados cuando mueren. Se abre un tiempo de vacío y la pregunta del “después qué”, sigue sin respuesta.

Con Daisy murió una amiga, una cómplice, una compañera de ternura y de juegos libres. No tuvimos tiempo de despedirnos. Mejor así ... no me gustan las despedidas.

La ternura que compartimos nos pertenece, como nos pertenecía el tiempo de los recibimientos, de la comida robada a la censura, del calor tibio y el enredo de los pelos de ambas, mientras las pulgas hacían lo suyo.

Me pertenecen todos y cada uno de los recuerdos de sus momentos conmigo. Tuve el placer y el honor de su compañerismo y el encanto de su complicidad. Tuve el lujo de compartir la presencia de Daisy.

Hoy, a catorce años de aquel 10 de diciembre de 1990, día de la transformación de mi querida amiga, miro las fotos donde quedó plasmada su imagen y resurge claro el amor compartido. Ella es hoy un tierno y cálido recuerdo. Alguien escribió que los amores no vuelven, sólo quedan las fotos. Y, al decir de Cortázar, la fotografía es una de las grandes maneras de combatir la nada, un magnífico antídoto contra el veneno del olvido. Por eso, las fotos que estoy mirando son las custodias fieles de mi historia con Daisy, hoy ... un bello recuerdo.

Gracias a Daisy por haberme permitido gozar de su afecto. Gracias por haberme hecho sentir un poco su “dueña”, aunque en realidad, ella era la “propietaria” de ese vínculo tan particular entre nuestras especies.

Siento su abandono. Siento su silencio. Siento su ausencia. Y siento en el recuerdo vívido, la alegría de disfrutarnos cuando estuvimos juntas. Nos habíamos elegido y pudimos alegrarnos la una con la otra. Y vale.

Gracias a Daisy por el amor compartido.

Graciela Isabel Torrent Bione

 



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