A Segis

A Segis
Graciela Isabel Torrent Bione

A Segismunda, mi primer animal familiar. A mi compinche de los años ’70, cuando todavía creía que éramos eternos y que se podía cambiar el mundo.

Fuiste la primera. Compartida, pero la primera. Tus ojitos inquisidores me sedujeron. Tenías orgullo de tu mezclada canicidad. Te hacías respetar y respetabas a quienes te trataban como todos los de tu especie merecen. Glotona, movediza, amabas la libertad heredada en tu sangre callejera. Vagabas sola o acompañada por alguno de nosotros por las calles y los parques de la ciudad.

La irresponsabilidad de nuestra juventud dejó su huella en vos. Un día, fatalmente, sucedió lo que tenía que suceder: te atropelló un auto y sufriste un golpe muy fuerte en tu cadera. Saliste del trance asistida por una de las integrantes del grupo –un grupo rebelde y convencido de cambiar el mundo-.

Dormías a mi lado a como diera lugar y participabas de todas mis actividades. Disfrutabas andar en auto y bañarte en la piscina. Tus fechorías eran festejadas por todos los habitantes del edificio de departamentos donde vivíamos.

Un día, desapareciste. Mi desolación fue absoluta. Ninguno de mis compañeros sabía dónde podrías estar. Hasta que, cuando ya mi búsqueda estaba por trasnformarse en resignación, te vi llegar en brazos de un hombre que venía en bicicleta. Te había encontrado en el puente cerca de casa, cansada, sucia, hambrienta y, como te conocía, te trajo. Vos no habías huído, Te habían desterrado con la complicidad de algunos de los integrantes del grupo que se habían cansado de tus fechorías. Nos reencontramos en un sinnúmero de besos y lamidas. Y te quedaste conmigo.

Y te quedaste conmigo hasta que yo misma te abandoné. Sí, yo misma, llevada por el deseo de un progreso cuyo precio fue el más alto que pagué en toda mi vida. Me mudé a un departamento propio donde no permitían perros. Te entregué a una amiga que te quería bien. Prometí ir a verte siempre. Lo prometí pero no lo cumplí.
Un día, de esos que sería mejor que no existieran, me dijo que habías muerto. Muerto, sí. Habías muerto sin estar yo a tu lado, sola de mi presencia, esa que, de vez en cuando me dignaba brindarte y a la que vos agradecías con el mismo amor de siempre.

Habías muerto y con vos murió una parte mía que, recién muchos años después, reconocí como esencial. Nada ni nadie merecía que te abandonara.

Queridísima Segis ¡cómo necesito, aún hoy, sentir tu calor, tu olor, tus besos mojados de amor canino!... ¡Cómo necesito mirarte a los ojos- esos ojitos inquisidores que me sedujeron- y pedirte perdón!... Sí, pedirte que perdones mi inmadurez, mi irresponsabilidad, mi desamor. ¿Podrás perdonarme alguna vez? ...

Foto y texto: Graciela Isabel Torrent Bione

 



Recomendar a un amigo...